Más de 30 años dedicados a la albañilería, han dejado las manos de Don Pancho gruesas, callosas y cuarteadas; también, dolores de espalda y rodillas. Él está seguro que la continua exposición al polvo del cemento y la arena, le provocaron la irritación de sus ojos y los ataques de tos que le dan cuando respira profundo. Usar lentes, cubrebocas o guantes nunca le pasó por la mente, nadie lo hacía, además podría interpretarse como muestra de debilidad y no faltarían las burlas de sus compañeros de obra. A sus 54 años ya no es albañil, el doctor le dijo que por salud ya no podía dedicarse a ese trabajo, así que con ayuda de una de sus hijas puso una tiendita, pero… no le gusta atenderla, piensa que no es trabajo para un hombre.
Karina Ramírez Villaseñor entrevistó a albañiles de Morelos para conocer cómo la masculinidad influye en la concepción de su cuerpo, su salud y el trabajo.
Escucha el audio (duración 11 mins. 51 seg.):
Trabaje y trabaje y trabaje en la obra… ¡Parecíamos máquinas!
Don Pancho recuerda que cuando tenía 13 años llegaba a las 7 de la mañana a la construcción para hacerla de chalán en las nuevas unidades habitacionales que se estaban construyendo en Morelos. A Karina Ramírez, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, le platicó que la chamba se la consiguió un amigo de su papá. En ese entonces Don Pancho no sabía nada de albañilería, pues de niño sólo había trabajado como jornalero agrícola; sin embargo, tenía buen aguante, le entraba a cargar tabiques, arena y bultos de cemento; pero, sobre todo, tenía ganas de empezar a ganar dinero para convertirse en UN hombre.
A Don Pancho no le gustaba usar una carretilla para acarrear el material. El prefería echarse los bultos o la fila de tabiques al hombro y caminar rápido a donde tenía que dejarlos. Le gustaba demostrar, al maestro y a los otros chalanes, su fuerza y su rapidez para trabajar. Así era de lunes a viernes, los días de raya, los sábados, guardaba energía para echarse unos pulques o unas caguamas después de trabajar en la obra.
Entre los 35 y 40 años, Don Pancho comenzó a sentir cansancio, su cuerpo se la estaba cobrando. Comenzó a sentir dolor en la espalda y las rodillas, también se despertaba desganado, y a veces, aún cansado por el trajín del día anterior. Pero tenía que aguantarse, si mostraba debilidad posiblemente el arquitecto ya no lo llamaría para la próxima construcción. Y él necesitaba proveer a su familia.
A sus 40 años, Don Pancho ya no era un chalán que tenía que cargar material, ahora, medía, levantaba los muros y echaba el aplanado, pero aún así le dolía la espalda por estar parado, acababa con los brazos adoloridos y las manos cuarteadas. Cuando cumplió 50 años pensó en retirarse, pero… ¿de qué vivirían?, le cuestionó su familia. Ellos tenían razón, se dijo Don Pancho: proveer era su deber como UN hombre de familia.
Más de 30 años dedicados a la albañilería, han dejado las manos de Don Pancho gruesas, callosas y cuarteadas. Él está seguro que la continua exposición al polvo del cemento y la arena, le provocaron la irritación de sus ojos y los ataques de tos que le dan cuando respira profundo. Usar lentes, cubrebocas o guantes nunca le pasó por la mente, nadie lo hacía, además podría interpretarse como muestra de debilidad y no faltarían las burlas de sus compañeros de obra. A sus 54 años ya no es albañil, el doctor le dijo que por salud ya no podía dedicarse a ese trabajo, así que con ayuda de una de sus hijas puso una tiendita, pero… no le gusta atenderla, piensa que no es trabajo para UN hombre; sin embargo, con su salud tan deteriorada, no hay de otra. Don Pancho le dijo a Karina Ramírez que, si no tuviera la tienda, él hubiera seguido buscando trabajo de albañil con algún amigo, pues trabajar es lo que le da valor.
Esta idea se repitió en todos los albañiles entrevistados por Karina Ramírez, “trabajadores que a sus 50 años deberían estar pensando en retirarse”, pero que a causa de su situación económica y la construcción de su masculinidad, “buscan estrategias para mantenerse como albañiles”… porque desde pequeño aprendió que SER UN HOMBRE es lo importante, incluso a costa de su propia vida.
Escucha la presentación “Parecíamos máquinas: cuerpo y masculinidades entre algunos albañiles de Morelos”, de Karina Ramírez Villaseñor, del Instituto Nacional de Antropología e Historia:
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