A la Basílica de Guadalupe llegan diariamente alrededor de 200 personas para jurar y dejar de consumir por un tiempo drogas y alcohol, en fines de semana llegan hasta 2 mil hombres y mujeres a jurar. En San Matías Cuijingo, Juan y sus dos amigos eran los únicos en la iglesia cuando fueron a pedirle a Dios y a la Virgen que los ayudara a dejar de beber, ellos ya no se sentían bien, no tener control sobre ese impulso los hizo confrontarse con su masculinidad, los hacía sentir débiles; así se lo dijeron a Anabel Flores, maestra en Estudios Culturales.
Escucha el audio (duración 11 mins. 29 seg.):
“Sabrá Dios después, pero ahorita, los que juramos estamos salvados”.
Un lunes por la tarde Juan se despertó con una terrible resaca, no recordaba cómo había llegado a casa, pero ahí estaba; no había ido a trabajar, no tenía dinero y no sabía dónde se encontraba su familia. Lo último que recordaba era a sus amigos en el bar del pueblo, bebía con ellos como cada fin de semana: hasta morir, como hombres. Así se sentía, como si se fuera a morir de la cruda y con el remordimiento de gastar el dinero que necesitaban sus hijos. Después de un rato se incorporó, buscó algo de comer, algo para curársela; mientras lo hacía, reconoció que cada vez tomaba más y necesitaba ayuda, decidió que era suficiente, ya no quería emborracharse así.
A Juan el alcohol lo relaja, le brinda bienestar y una alegría que le ayuda a olvidarse de sus problemas cotidianos; sin embargo, siempre se excede, en San Matías Cuijingo, un pueblo del Estado de México, ya lo conocen por las broncas que arma cuando se embriaga. Anabel Flores Ortega, es maestra en Estudios Culturales y también conoce a Juan, él le contó que en lugar de ir a un grupo de doble A prefería ir a jurar.
Juan le contó primero a su familia que iría a jurar, después se lo contó a sus amigos, a los mismos con los que bebía cada fin de semana en el bar del pueblo. Ellos lo tomaron bien, apoyaron a Juan, incluso se le sumaron y decidieron ir los tres juntos a jurar, así sentirían menos vulnerada su masculinidad.
Cuando fueron a jurar el padre los recibió, hablaron con él, tuvieron un momento de soledad para jurar ante Dios y la Virgen de Guadalupe y recibieron una estampilla con una imagen que deben traer en la cartera como constante recordatorio de que no pueden romper el juramento, si lo hacen las desgracias pueden caer sobre ellos y sus familias… así es la creencia.
A la Basílica de Guadalupe llegan diariamente alrededor de 200 personas para jurar y dejar de consumir por un tiempo drogas y alcohol. El canónigo Raymundo Maya Paz, en entrevista para la agencia de noticias EFE, comenta que en fines de semana llegan hasta 2 mil hombres y mujeres a jurar. En San Matías Cuijingo, Juan y sus dos amigos eran los únicos en la iglesia cuando fueron a pedirle a Dios y a la Virgen que los ayudara a dejar de beber, ellos ya no se sentían bien, no tener control sobre ese impulso los hizo confrontarse con su masculinidad, los hacía sentir débiles; así se lo dijeron a Anabel Flores, cuando fueron a jurar recobraron la fuerza y el control de su forma de beber, un conocido del pueblo le dijo a Anabel: “Está cabrón, hay que respetar a los jurados porque tienen la fuerza para resistir la tentación, cuando uno está jurado ya lo entiende y dice: no pues sí, mis respetos”. Jurar para Juan y sus amigos es el recurso para salvarse del alcohol, y también, para salvar el respeto que le da sentido a su masculinidad, aunque esta creencia no garantice la solución a su forma de beber.
Aquí puedes escuchar la presentación del trabajo “Sabrá Dios después, pero ahora estamos a salvo. Masculinidades, religión y alcoholismo, la figura del juramento en México como mecanismo alternativo para dejar de beber”, de Anabel Flores Ortega, maestra en Estudios Culturales (inicia a los 23 mins. 18 seg.):
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